Se elevan en sutil vuelo
los espectros de reflejos silenciosos,
y sus huesos todavía en el suelo
crepitando sus hambrunas pretéritas.
En la necesidad son huérfanos de amor
encabezados por señales de muerte,
donde el hambre no mata el dolor
de la esperanza atroz que cobija el más fuerte.
Rostros de fe que no piden nada,
tan sólo el alimento que les colme el alma,
y que llegue lento quizá otro alba
para saber que la vida aún les hospeda.
Furtiva es la mirada que impasible asesina,
la que cierra los ojos, mientras la tierra traga.
La que nos disfrace la vida tal vez mas grata
donde el amor no hiera cual daga.
Pedazos descompuestos, víctimas sin nombre
con gritos moribundos que nadie escucha
Jugando de niños a salir de ese lugar,
en la espera de las personas que los apoye.
La tierra consume los restos de lo que queda,
y un exaltado grito se oye desde sus entrañas;
dice, es la vida, sálvese quien pueda,
que el comer es hoy cosa extraña.
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