Yo tampoco sé vivir, estoy improvisando.

9 de mayo de 2013

Ulrike Meinhof, referente de la RAF.

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Ulrike Meinhof, referente de la Fracción del Ejército Rojo, de Alemania, asesinada suicidada hace 40 años en una cárcel de Alta Seguridad. Ulrike Marie Meinhof nació el 7 de octubre de 1934 (Oldenburg) y murió el 9 de mayo de 1976 (Stuttgart). Fue una militante ultra-izquierdista alemana que inició su vida profesional como periodista. Fue una de las fundadoras de la Fracción del Ejército Rojo, también conocido como el grupo Baader-Meinhof, solía utilizar los seudónimos de "Anna" y "Ranna".

Meinhof realizó estudios de filosofía, pedagogía, sociología y alemán en la Universidad de Marburgo en 1955/56. En 1957, cambia de universidad y continúa sus estudios en la Universidad de Münster, en la que coincidió con Manuel Sacristán (quien tras su muerte traduciría y editaría una antología de sus escritos), y pasa a formar parte del Movimiento de Estudiantes Socialistas (Sozialistischer Deutschen Studentenbund).

Poco después se implicó en el movimiento antinuclear de su país apoyando
dichas tesis desde su puesto como redactora de la revista política Konkret,
vinculada a la izquierda radical. Se casó con Klaus Rainer Röhl, comunista,
en 1961 y tuvo dos hijas gemelas, Bettina y Regine, el 21 de septiembre de
1962.
Divorciada en 1968, se unió entonces a grupos de izquierda más radicales en
Berlín Occidental. En 1970, vista la ineficacia de los medios ordinarios de
lucha empleados por la izquierda alemana, ayudó a Andreas Baader a escapar
de prisión y después participó en robos a bancos y atentados con bomba
contra fábricas y bases militares americanas. La prensa alemana denominó al
grupo rápidamente "grupo de Baader-Meinhof". Meinhof escribió muchos de los
ensayos y manifiestos que la banda produjo, enunciando el concepto de
guerrilla urbana, utilizado para combatir lo que ella llamó la explotación
del hombre común y el imperialismo del sistema del capitalista.

Capturada en 1972 en Langenhagen, fue condenada en audiencias preliminares a
8 años de encarcelamiento cautelar. Mientras se desarrollaba el juicio
definitivo, en el que el fiscal pedía cadena perpetua para ella, la encontraron muerta en su celda el nueve de mayo de 1976 (aniversario de la derrota nazi en la Segunda Guerra Mundial), ahorcada colgada del techo. Los indicios de ejecución fueron tapados por los medios de desinformación masiva que hablaron de suicidio. Sus abogados negaron la versión oficial, pero no pudieron conseguir que hubiese juicio.

Recuerdo de Ulrike Meinhof, 40 años después

Cuarenta años después de su muerte violenta el 9 de mayo, las imágenes son
tan imponentes como el primer día. Sobre todo las publicadas. La primera
placa de detenida; la primera foto de encarcelada; la imagen final, colgada.

1970, 1972, 1976; los números de los años lo declaran: el ascenso de la
publicista Ulrike Meinhof, de estrella intelectual de un periódico
estudiantil a icono de la moral política y de los derechos humanos, se
cumplió en un breve período de su vida, el último. Qué hubo antes y por qué
pasó a la RAF [Rote Armee Fraktion, fracción del ejército rojo], queda de
todo punto eclipsado. Podría dar cierta plausibilidad indeseada a su último
y radical paso.

La posteridad la ha reducido prácticamente al papel de una Juana de Arco de
la resistencia contra el Leviatán, la omnipotente superpersona del Estado.
Se la ha elevado al Olimpo de los elegidos dispuestos a morir por sus
convicciones, como los santos Sócrates, Hus, Giordano Bruno y Michael
Kolhas, a quien en 1540, dándosele la razón, se hizo ajusticiar con el
suplicio de la rueda como perturbador del orden público.

Jovencitas ávidas de instrucción ante la próxima campaña antiglobalización,
las más todavía en edad escolar, devoran libros que hablan de ella, no
importa su veracidad. No es por azar que una biografía suya muy leída fuera
publicada por Beltz & Gelberg, una editorial juvenil.

La basura con que autores mercenarios a sueldo de gigantescos aparatos de
Estado la cubrieron desde mayo de 1970, es decir, desde el tiroteo en el
Otto Suhr Institut de Berlín occidental, no ha impedido su conversión en una
figura luminosa, a la que aun historiadores conservadores como Joachim Fest
deben rendir sus respetos.

La RAF fue derrotada, pero no impera la paz. Sus análisis y objetivos
programáticos, que pueden releerse en manifiestos escritos también por la
mano de Meinhof, siguen viviendo en una suerte de cenotafio. Sólo una opción
tiene el Estado para protegerse de ese peligro dormido. Tendría que dejar de
entenderse a sí mismo como auxilio de la plutocracia, para convertirse en un
valedor consecuente y eficaz de las necesidades de las clases bajas del
propio pueblo y de los pueblos explotados de los Estados y los continentes
pobres.

La conmoción desatada por la muerte de Ulrike Meinhof en 1976 llevó a
arrebatadas manifestaciones por todo el territorio federal. En Francfort, en
donde había una convocatoria frente a la Casa de los estudiantes, se llegó a
enfrentamientos con las fuerzas de orden público. Yo venía de Stuttgart, y
todavía veo la ciudad sublevada: me viene a la mente un furgón policial en
llamas, pero puede que se trate de otra manifestación.

En el suicidio anunciado por el gobierno creyeron pocos. Eso guarda relación
con el estado de confrontación. El tribunal de Stuttgart, que debía juzgar a
cinco cuadros de la RAF, había ya perdido a un acusado ­Holger Meins, a
quien se dejó morir en noviembre de 1974 de inanición en Wittlich‹. Los tres
acusados restantes morirían diecisiete meses después en la prisión judicial
de Stuttgart-Stammheim en circunstancias no aclaradas, de manera que ninguno
de los juicios llegó a realizarse.

Fue sobre todo en el momento de la detención que murieron estos enemigos del
Estado buscados con tanto ardimiento. Las más veces, fueron ejecutados sin
llevar armas, o, ya desarmados, cuerpo en tierra. Eso despertó la impresión
de que había una orden superior de no hacer prisioneros. Werner Sauber
Daniel de Roulet le ha levantado un monumento en su novela Double‹ fue
ejecutado el 9 de mayo de 1975 en un estacionamiento de Colonia cuando
estaba ya indefenso sobre el asfalto: justo un año antes que Ulrike Meinhof.
El médico Karl-Heinz Roth, sentado junto a él en el automóvil, quedó herido
de extrema gravedad. El tercero, Roland Otto, resultó ileso. Cuando Roth y
Otto fueron absueltos, tronaron los policías: "Tendríamos que haber
liquidado también a los otros dos".

La lista es larga. Desde Rauch y Weißbecker, hasta Grams, pasando por Stoll
y van Dyck. Todos ejecutados en situaciones que no justificaban el uso
policial de armas de fuego. Es verdad que los Colts se manejaban a la
ligera, por ambas partes, y que se puede explicar el gatillo fácil de
algunos funcionarios que podían temer por su vida. Disculpa no es; ni moral,
ni jurídica.

Por lo demás, las dudas en el caso Meinhof fueron alimentadas por el informe
de una comisión investigadora internacional (publicado por la editorial
Maspero de París) que en 1978 decía: "La afirmación de las autoridades
estatales, según la cual Ulrike Meinhof se dio muerte a sí misma colgándose,
no está probada. Los resultados de las investigaciones más bien permiten
concluir que Ulrike Meinhof no podía colgarse por su propia mano".

Ulrike Meinhof era ya evidentemente una celebridad antes de que fundara con
otros la Rote Armee Fraktion, que se entendía a sí misma como brazo armado
de la resistencia antiimperialista, y a la que ­dicho sin precaución‹ pudo
llamarse leninista. Recuerdo la fascinación con que leíamos sus columnas en
la revista konkret, que publicaba la editorial Klaus Wagenbach, en cuya
página web, ¡pequeña ignorancia!, puede leerse ahora que la autora murió en
1972.

"Yo consumía desde 1955 la hoja que para la APO [oposición
extraparlamentaria] desempeñaba un cierto papel, y desde 1960 leía siempre,
lo primero, los artículos analítico-polémicos de Meinhof, que todavía hoy
resultan legibles y actuales. Muestran la amplitud de su compromiso social y
político. Temas nacionales como la permanencia de viejos nazis, las leyes de
excepción y emergencia o la pobreza figuran en el ancho repertorio de su
obra periodística, no menos que los problemas de la política internacional:
imperialismo, luchas de liberación en el tercer mundo, tricontinentales, la
guerra de Indochina, las protestas estudiantiles en los EEUU."


Lo que ahora su hija Bettina Röhl, en un incalificable libro de
revelaciones, puede saldar de barato como sensación, era archisabido por los
admiradores de entonces de la Meinhof. Que simpatizaba con la prohibida KPD
[Partido Comunista de Alemania, ilegalizado por Adenauer en 1956], con la
Unión Soviética y con la RDA (siempre críticamente, huelga decirlo). Que
gracias al movimiento contra la guerra nuclear y las marchas de Pascua de
los años cincuenta, consiguió hacerse un nombre. Que tenía sus raíces en las
tradiciones humanistas de Occidente, con una impronta cristiana. Que su
insólita rigidez ética venía en parte de su relación con Renate Riemeck, que
hacia 1960 era uno de los mascarones de proa de una Unión Alemana por la Paz
más bien irrelevante políticamente.

La opción por la lucha armada a comienzos del verano de 1970 fue sin embargo
interpretada por muchos como una ruptura y vista con incomprensión. Pero
estaba en la lógica de la oposición extraparlamentaria no seguir atacando
sólo verbalmente los excesos y los efectos del orden social capitalista
postfascista.

En la bibliografía a ella dedicada, la separación de su marido, el abandono
de la existencia comparativamente pequeñoburguesa en el barrio de la alta
sociedad de la Elbchausee de Hamburgo y el traslado a Berlín occidental no
son interpretados de un modo suficientemente claro como reacción al espíritu
de los tiempos. Lo cierto es que, como muy tarde desde el 2 de junio de 1967
el día en que las autoridades de Berlín occidental reprimieron brutalmente
una manifestación ante la Ópera alemana y dejaron que se ejecutara
alevosamente a un estudiante, a fin de generar una escalada‹, estaba en el
orden del día el proyecto de atacar directamente, como baluarte del
imperialismo, al Estado y a sus obscenos representantes, y de radicalizar
la resistencia mediante la propaganda con hechos.

Ulrike Meinhof dejó casa y séquito cuatro días antes de la Conferencia
internacional contra los crímenes de guerra estadounidenses en Indochina,
que empezó en Berlín occidental el 17 de febrero de 1968. La declaración
final, que culminó en una gran manifestación, todavía se lee hoy como un
llamamiento a pasar definitivamente a la sublevación. Se pedía sin afeites
la colaboración política y organizativa con los movimientos revolucionarios
de liberación y la creación de un frente unido de resistencia en los EEUU y
en los países europeo-occidentales. Enemigo: el imperialismo norteamericano
y su peón de brega europeo. Objetivo: la revolución socialista mundial.

Apenas dos meses después, ardían en llamas dos grandes almacenes comerciales
en Francfort: un acontecimiento que fue generalmente celebrado como la
ceremonia fundacional de la RAF, pues empujó a dos protagonistas a la
ilegalidad, aun cuando los daños fueron muy limitados. Ulrike Meinhof dedicó
al incendio una reseña comprensiva que fue entendida por buena parte de la
izquierda de entonces como una invitación a seguir trabajando en esa línea.
Tal vez los redactores de la resolución final de la Conferencia sobre
Vietnam no dieran a sus protrépticas palabras el sentido que nosotros
inferimos. O tal vez se retractaron luego, a la vista de la que se había
organizado, y les entró el miedo ante su propio coraje.

El hecho es que Meinhof y los demás fundadores de la RAF albergaron de buena
fe la esperanza de que su lucha hallaría simpatías y apoyos en los medios
legales. Jamás fue la RAF ­nadie habla hoy de ello‹ concebida como una
organización de masas, sino como grupo de cuadros y como punta de lanza
capaz de agudizar las contradicciones políticas y ampliar los márgenes de
maniobra de la oposición legal. Tragedia de esa organización: jamás fue
aprovechada tal posibilidad, poniéndose en cambio muy pronto en marcha un
proceso de desolidarización que, en lo venidero, llegó incluso a rechazar el
bienintencionado consejo de un [Heinrich] Böll: "un salvoconducto para
Ulrike Meinhof".

Las condiciones de encarcelamiento a las que se expuso a Ulrike Meinhof a
partir de 1972 eran homicidas. En Colonia-Ossendorf llegó a estar hasta tres
veces en aislamiento total ­la primera vez, inmediatamente después de su
detención, durante 237 días‹. Sobre las consecuencias psíquicas y físicas de
este tipo de tortura escribió un informe conmovedor, que ahora es una pieza
distinguida de la historia de la literatura.

El objetivo de las numerosas humillaciones era claro y se declaró
abiertamente: quebrantar la personalidad. Quería ofrecerse al loco a la
opinión pública, moverla a ella distanciarse de su biografía política y
estimular a sus camaradas en la clandestinidad a abandonar la lucha
desigual. Con algunos, se logró. Contra los principales acusados, que no
cedieron, hubo que adoptar medidas más extremas. Otros, como Christian Klar
y Birgit Hogefeld, que no se dejaron instrumentalizar, siguen todavía entre
rejas.

Pero lo que nosotros discutíamos ­yo representaba legalmente a Andreas
Baader‹ en casi cada visita a la séptima planta de la prisión judicial de
Stammheim no eran tanto las condiciones de cárcel, que dicho sea de pasada,
tras el inicio del proceso, se relajaron un poco, sin llegar a pasar nunca
del aislamiento en ínfimos grupos. Un tema importante era el deterioro de la
situación política: se hacía cada vez más precaria, y la solidaridad con los
presos remitía. Si en el verano de1972 los objetivos y los métodos de la RAF
aún despertaban simpatías en amplios sectores de la población, tras la
muerte de Holger Meins y la ejecución del presidente de la Audiencia de
Berlín occidental, Günter von Drenkmann, a finales del otoño de 1974, se
desmoronó incluso la disposición al compromiso con una mejora de las
condiciones de encarcelamiento.

Hay cartas desde la cárcel, dirigidas a conocidas personalidades, que
muestran cómo los presos se sentían crecientemente abandonados a su suerte,
hasta quedar completamente inermes. Que la pugnaz voluntad subversiva de
finales de los sesenta trocara en cobardía y resignación, es tema aparte.
Tiene que ver con la campaña mediática de odio y criminalización contra toda
izquierda que no se prestara a un distanciamiento profiláctico.

Cuando Ulrike Meinhof murió, asistimos a un último encalabrinamiento de la
opinión pública, fundado en el hecho de que había sido una prestigiosa
intelectual, una de las grandes esperanzas de la publicística en lengua
alemana. Tras los atentados de 1977, también el grueso de la izquierda se
alegró de que los más populares cuadros de la RAF estuvieran finalmente
muertos.

Ulrike no se suicido, el Estado la mató.


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