Cuando un sistema (económico, social, político,
educativo...) comienza a perder apoyos y legitimidad surgen dos tendencias: los
reformistas y los revolucionarios. Los primeros creen que el sistema debe ser
mejorado, los segundos creen que debe ser reemplazado por otro.
En este artículo nos vamos a centrar en las posiciones de
los reformistas y las de los revolucionarios con respecto al sistema
capitalista. Incluiremos en la categoría de reformistas a aquellos que desean
romper con el capitalismo mediante reformas institucionales. Nos referimos aquí
al sistema en su totalidad, no únicamente a sus aspectos económicos.
Como ya sabemos, el capitalismo tiene como base la propiedad
privada de los medios de producción (materias primas, fabricas, empresas,
bancos...) y la división de la sociedad en dos clases: proletarios y burgueses.
Los proletarios, en palabras de Engels, son "la clase social que consigue
sus medios de subsistencia exclusivamente de la venta de su trabajo". Es
decir, personas que se ven obligadas a trabajar porque no tienen otra forma de
sobrevivir. La burguesía sería "casi los únicos poseedores de todos los
medios de existencia, como igualmente de las materias primas y de los instrumentos
(máquinas, fábricas, etc.) necesarios para la producción de los medios de
existencia." Evidentemente estas definiciones son muy abstractas y
simplificadas, y existen por supuesto más clases, pero nos bastarán para
comprender el artículo.
Aunque quien me haya leído o me conozca sabe que soy
partidario de la revolución, voy a tratar de ser imparcial. Se trata de dejar
que el lector se forme su propia opinión.
Reformistas
Término utilizado por los revolucionarios como insulto,
reformista viene a ser aquel que desea mejorar el sistema capitalista sin
cuestionar en ningún momento sus bases. Así, el reformista quiere aumentar
salarios, subir los impuestos a los más ricos, reducir la jornada laboral,
instaurar una República (si vive en una monarquía), nacionalizar la banca,
mejorar las condiciones laborales, combatir la corrupción, defender los
servicios públicos de las privatizaciones. El filósofo revolucionario F.Engels
les define así:
[Los reformistas] son partidarios de la sociedad actual, a
los que los males necesariamente provocados por ésta inspiran temores en cuanto
a la existencia de la misma. Ellos quieren, por consiguiente, conservar la
sociedad actual, pero suprimir los males ligados a ella. A tal objeto, unos
proponen medidas de simple beneficencia; otros, grandiosos planes de reformas
que, so pretexto de reorganización de la sociedad, se plantean el mantenimiento
de las bases de la sociedad actual y, con ello, la propia sociedad actual. Los
comunistas deberán igualmente combatir con energía contra estos socialistas
burgueses [sinónimo de reformistas], puesto que éstos trabajan para los
enemigos de los comunistas y defienden la sociedad que los comunistas quieren
destruir.
Parece que los comunistas -los revolucionarios- llevan
enfrentados al reformismo desde hace siglos. El revolucionario ruso Vladimir
'Lenin' también nos da su opinión sobre ellos:
Los reformistas pretenden dividir y engañar con algunas
dádivas a los obreros, pretenden apartarlos de su lucha de clase.
O sea, que los reformistas tienen como intención simplemente
lograr algunas mejoras y de esa forma, según los revolucionarios, lo único que
consiguen es impedir la concienciación rupturista de los trabajadores. El
mensaje que envían al proletariado sería algo así como: "olvida la lucha
de clases, un capitalismo social y humano es posible".
Ante estos argumentos los reformistas tienen, por supuesto,
algo que decir. Según ellos las revoluciones comunistas han fracasado
históricamente y sería dogmatismo puro seguir tratando de llevarlas a cabo. Esto,
dicen, se arregla con reformas y volviendo a aquella feliz época en que los
trabajadores europeos conquistaban derechos mediante la lucha sindical y
parlamentaria (años 50-60).
Un buen ejemplo de reformista en el Estado español es el
catalán Vicenç Navarro. En un artículo en el que critíca la privatización de la
sanidad, el catedrático explica que
lo que se necesita en España es una sanidad multiclasista
universal y única que tenga los atributos de la privada y la calidad de la
pública. Pero para conseguir tal objetivo se requiere un gasto público mucho
mayor. La reducción del gasto público sanitario que está ocurriendo en España
es un paso enormemente regresivo que deteriora toda la sanidad española. Así de
claro.
Básicamente vemos aquí una idea que se repite en sus
artículos: hay que aumentar el gasto público para proteger los servicios
públicos. Es una medida totalmente propia de la socialdemocracia y de la
izquierda reformista que un revolucionario rechazaría.
Los reformistas desean un Estado más grande, que intervenga
más y así pueda corregir la desigualdad social generada por el sistema
capitalista. Se trata, en el fondo, de perpetuar este sistema pero haciéndolo
más humano y paliando las injusticias que provoca. Más que contra el
capitalismo, luchan contra el neoliberalismo, contra el "capitalismo
salvaje". Veamos una cita del reputado economista Juan Torres López donde
hace un evidente culto al reformismo:
Hay sectores sociales (...) que coinciden totalmente con las
propuestas de regeneración y reconquista de los derechos que planteamos: que
quieren que se pidan responsabilidades, que no se permita robar, que se combata
la corrupción, que se garantice la financiación a la economía antes que los
privilegios de la banca privada, que se facilite la creación de empresas y de
empleo eliminando nuestra dependencia de las grandes multinacionales y grupos
bancarios, que las instituciones se corresponsabilicen con el cuidado de los
dependientes a través del gasto social o que se respete el medio natural por
encima de todo.
Se trata de mejorar el sistema, jamás de destruirlo.
Otro ejemplo muy repetido es el de aquel reformista que
considera que la llegada de la República a España sería un gran paso en la
lucha por un mundo mejor. Así describe la llegada de una posible Tercera
República el reformista medio:
Se abre la dicotomía de continuar con la Tercera Dictadura,
de futuro más que incierto por los costes que está suponiendo a los ciudadanos,
o abrir las puertas a la llegada de la Tercera República, dónde la lucha contra
la corrupción y la desigualdad social, así como el establecimiento de una
democracia real con control popular y el mantenimiento de los derechos sociales
sean sus principales banderas. De ser así, esperamos que llegue pronto de forma
tan pacífica y festiva como lo hizo la Segunda en 1931.
Se trata pues de construir una sociedad en la que se luche
por los más desfavorecidos y en la que los trabajadores tengan más poder. Algo
parecido a la Segunda República (1931-1939) en la cual se llevaron a cabo
importantes avances en materia cultural, educativa, laboral, política... sin
cuestionar el sistema de producción capitalista (hasta 1936).
Tenemos otro tipo de reformistas, solo que estos están mucho
más camuflados. De palabra se declaran revolucionarios, y dicen desear acabar
con el capitalismo, pero en la práctica proponen reformismo o estrategias que
no pueden llevar a una revolución. Lenin les llamaba despectivamente "los
liquidadores".
¿Qué vemos en definitiva? De palabra, los liquidadores
rechazan el reformismo como tal, pero de hecho lo aplican en toda la línea. Por
una parte nos aseguran que para ellos las reformas no son todo, ni mucho menos;
mas, por otra, siempre que los marxistas van en la práctica más allá del
reformismo, se ganan las invectivas o el menosprecio de los liquidadores.
Hablamos de personas que atacan al capitalismo y proponen
como alternativa el socialismo, pero que en la práctica huyen de cualquier
intento revolucionario como de la peste. Pretenden acabar con este sistema
mediante reformas, poco a poco y desde arriba. No hablan de revoluciones, sino
de elecciones.
Esto nos recuerda al famoso "fundador" del
revisionismo: Eduard Bernstein (1850-1932). Él creía que había que revisar
seriamente la teoría marxista y adaptarla al siglo XX. Una de sus propuestas
fue cambiar la insurrección revolucionaria por la revolución desde los
parlamentos y la lucha sindical. Es decir: se acabó la revolución violenta, a
partir de ahora habrá que luchar utilizando la lucha electoral y las reformas
logradas con huelgas y movilizaciones. Rápidamente, como cabía esperar, los
revolucionarios le dedicaron una sarta de artículos, libros e insultos
acusándole de liquidador.
En resumen:
· Los
reformistas pretenden mejorar el capitalismo, hacerlo más humano. Luchan por
volver a la época del bienestar, cuando los trabajadores europeos eran fuertes
y podían lograr concesiones por parte de la burguesía. Piden medidas tales como
la nacionalización de la banca, el aumento del salario mínimo, la lucha contra
las desigualdades... siempre sin cuestionar las bases del sistema capitalista.
· También
existen personas que quieren acabar con el capitalismo mediante reformas
parlamentarias y luchas sindicales. Son los llamados liquidadores.
Revolucionarios
La Real Academia Española define revolución como
"cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de
una nación". Los revolucionarios suelen estar más o menos de acuerdo con
esta definición, pero añaden que el cambio es radical (es decir, de raíz) y que
lleva a la construcción del socialismo. O sea, que la definición nos quedaría
así: una revolución es un cambio violento y radical en las instituciones
políticas, económicas y sociales que lleva a la sustitución del capitalismo por
el socialismo. El socialismo es la dictadura del proletariado. Otro prefieren
la definición del revolucionario chino Mao: "Una revolución es un
levantamiento violento por el cual una clase derroca a otra".
Aquí no se trata de reformar el capitalismo, de hacerlo más
humano, sino de destruirlo para sustituirlo por un sistema socialista. Karl
Marx, en su Mensaje a la Liga de los Comunistas (1850), explica brevemente la
diferencia entre los comunistas (revolucionarios) y los reformistas:
Para nosotros no se trata de reformar la propiedad privada,
sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de
abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de
establecer una nueva.
El objetivo de los revolucionarios no es nacionalizar bancos
y empresas, aumentar salarios ni subir los impuestos a los ricos para
redistribuir mejor la riqueza. Hablan sin complejos de acabar con el sistema en
su totalidad y crear un mundo nuevo bajo el gobierno de los trabajadores. En
ningún momento aceptan que esta tarea pueda llevarse a cabo mediante reformas
parlamentarias y luchas sindicales. Pero cuidado, esto no significa que no
luchen por reformas favorables al proletariado:
A diferencia de los anarquistas -dice Lenin-, los marxistas
admiten la lucha por las reformas, es decir, por mejoras de la situación de los
trabajadores que no lesionan el poder, dejándolo como estaba, en manos de la
clase dominante
Se trata de utilizar las reformas para ganarse a los
trabajadores, lo que no indica que los revolucionarios vean en estas un fin en
si mismo. Ellos creen en la filosofía marxista, una de cuyas bases es la ley de
los cambios cuantitativos en cualitativos. Esta ley viene a decir que los
cambios son primero cuantitativos (cambian de "cantidad") pero que
llegados a cierto punto se vuelven cualitativos (cambian totalmente al objeto
que estaba cambiando cuantitativamente). Traducido al tema que nos atañe, los
revolucionarios creen que primero hay cambios cuantitativos (reformas,
concienciación de los trabajadores, aumento del enfrentamiento entre clases,
subida de partidos comunistas...) pero que llegados a cierto punto son
cualitativos, y entonces llega la revolución. Pero, dicen, los reformistas se
quedan en los cambios cuantitativos y jamás llegan al cambio cualitativo. O
sea: se quedan en las reformas y no culminan la tarea.
Los reformistas tienden a acusar a los revolucionarios de
"dogmáticos ortodoxos" que viven en el pasado y no comprenden cómo
funciona el mundo del siglo XXI. Sienten repudio por su obsesión por la teoría
revolucionaria, a la que ellos no dan tanta importancia. No creen que esta sea
tan crucial, sino que es más importante moverse: ir a manifestaciones, a
huelgas, presentarse a las elecciones, difundir artículos... Veamos qué dice el
revolucionario ruso:
Sabemos que nuestras palabras provocarán un montón de
acusaciones, que se nos echarán encima: gritarán que queremos convertir el
partido socialista en una orden de "ortodoxos", que persiguen a los
"herejes" por su apostasía del "dogma", por toda opinión
independiente, etc. Conocemos todas estas frases cáusticas tan en boga. Pero
ellas no contienen ni un grano de verdad, ni un ápice de sentido común.
y añade:
No puede haber un fuerte partido socialista sin una teoría
revolucionaria que agrupe a todos los socialistas, de la que éstos extraigan
todas sus convicciones y la apliquen en sus procedimientos de lucha y métodos
de acción.
Para Lenin no es que los revolucionarios sean
"puros" u "ortodoxos", sino que una revolución es algo tan
importante que es necesario mantener una doctrina firmemente rupturista que
escape de cualquier influencia reformista. Por supuesto, esto no significa que
los revolucionarios no deban militar en partidos u organizaciones que tiendan
al reformismo, ni que se encierren en un Partido formado por cuatro iluminados.
Se trata en todo caso de no renunciar al marxismo, ni aplicarle enmiendas
reformistas que frenen la revolución.
Otro tema polémico entre reformistas y revolucionarios es el
uso de la violencia. Por supuesto aquí los revolucionarios son tajantes: acabar
con el sistema supone utilizar las armas. La clase dominante, dicen, se resiste
al cambio utilizando tanto sus medios ideológicos (para alentar a acabar con la
revolución) como sus medios militares y policiales. Por tanto hay que armarse
contra los reaccionarios. El mismo Lenin explica:
Una clase oprimida que no aspire a aprender el manejo de las
armas, a tener armas, no puede ser considerada más que como una clase de
esclavos. Nosotros, sino queremos convertirnos en pacifistas burgueses ó en
oportunistas, no podemos olvidar que vivimos en una sociedad de clases, de la
que no hay otra salida que la lucha de clases.
Pero esto no significa descartar la posibilidad de que la
revolución pueda llegar a ser pacífica, o al menos no demasiado violenta. Dicho
esto, me temo que esta posibilidad es ínfima.
Los reformistas, por su parte, acusan a los revolucionarios
de querer generar caos y matanzas. Creen sinceramente que se puede acabar con
el sistema, o reformarlo, sin necesidad de empuñar un arma. Les suele
horrorizar la simple posibilidad de la violencia revolucionaria, pero
evidentemente existen excepciones.
En definitiva, los revolucionarios quieren transformar la
sociedad de raíz. No quieren una educación mejor, sino una educación totalmente
nueva y basada en otros principios ideológicos y organizativos que la actual.
No quieren mejorar la posición de la mujer en la sociedad, sino que esta sea
igual al hombre en todos los aspectos. No quieren subir los impuestos a los más
ricos, quieren que no haya ricos (ni pobres). No quieren reformar la ley
electoral, quieren una democracia participativa y que esté al servicio de los trabajadores.
Y así podríamos escribir cientos de páginas, pero la
diferencia entre reformistas y revolucionarios se puede resumir en lo
siguiente: los reformistas quieren reformar (léase mejorar) la sociedad actual
y los revolucionarios quieren sustituirla por una totalmente nueva.
Resumiendo:
· Los
revolucionarios quieren destruir el sistema en su totalidad, lo que no
significa que no luchen por ciertas reformas que impulsen la revolución.
· Los
revolucionarios no tienen inconvenientes en unirse en determinados casos a los
reformistas. Tampoco rehuyen la posibilidad de utilizar la violencia durante la
insurrección, que muchos perciben como inevitable.